Martín Kremenchuzky interpela con sus palabras, sacude con su historia y emociona con sus logros. Este deportista de elite e Ingeniero en Sistemas tiene una enfermedad genética denominada Síndrome de Usher que le produce hipoacusia, pérdida del equilibrio y le quitó la visión. Pero ni la ceguera, ni los problemas auditivos y mucho menos el prejuicio pudieron detener su carrera ascendente en la vida. Su último gran logro fue haberse convertido en el primer atleta argentino no vidente en completar el IronMan – hombre de hierro – Brasil 2015, en el que nadó 3800 metros, realizó 180 km de ciclismo e hizo 42,2 km de maratón en doce horas, siempre acompañado por su guía. “Mucha gente cree que las personas con algún tipo de discapacidad estamos imposibilitados de tener una vida plena y feliz. En mi caso, a pesar de los obstáculos que me puso la vida, logré vencerlos para salir adelante e incluso pude superarlos para poder ser una mejor persona”, dijo este padre de 41 años, en una charla para jóvenes realizada en Macabi. “Cuando era chico detectaron que tenía problemas de audición y desde que tengo 5 años uso audífono. Aprendí la bíolectura para poder entender lo que no podía escuchar. Con los años comenzaron los problemas de visión, empecé a dejar de ver de noche y luego se me disminuyó el campo visual. En el secundario me perdía casi todo lo que se hablaba en clase y me aburría mucho. Pero con la ayuda de mis compañeros que me pasaban los apuntes y me contaban todo podía estar en tema. En la universidad tuve el mismo problema. La pérdida de visión evolucionó y hace seis años me quedé ciego”, contó en un breve racconto de su vida. “El diagnóstico lo encontraron rápido pero hubo negación. Yo crecí con eso, sin ninguna consideración de que tenía alguna diferencia. Encaré toda la vida como si no tuviera ningún problema. Eso tuvo algo negativo, que sufrí mucho, y algo positivo, que me hizo mucho más fuerte para enfrentar la vida como si los problemas no estuvieran. Yo también tenía la negación porque ni siquiera investigué la enfermedad en su momento. Si diera marchas atrás en el tiempo cambiaría algunas cosas”, continuó, además de recordar que a los 10 años descubrieron que tenía Síndrome de Usher, un raro trastorno genético al que no se le encontró la cura. Tal como puntualizó en su portal – martinkremen.com.ar – y en la charla, cuando perdió la visión tuvo una depresión muy profunda. Para él no había posibilidad de ser feliz. Más allá de su hijo, nada tenía sentido. Se pasaba horas jugando con su nene de 2 años. Pensaba que no había ninguna actividad que pudiera realizar y mucho menos disfrutar. Embebido de una tristeza profunda, potenciada por una pelea con su ex mujer, quiso cambiar. “Me sentía una mochila para los demás. Me había transformado en un laburante que iba de mi casa al trabajo y del trabajo a la casa. Estaba negado a cualquier ilusión. Necesitaba ayuda pero no me animaba a pedirla. Además, Toto crecía y yo no podía acompañarlo en las actividades de la escuela como los otros padres. Eso me generaba una gran impotencia”, agregó. Una pregunta que se hizo fue el detonante de su cambio: “Si yo fuera mi hijo, ¿cómo me gustaría que fuera mi padre?”. Autónomo, seguro de sí mismo, divertido y apasionado de sus proyectos fue lo que se respondió. “Fue entonces cuando dije ´tengo que salir adelante´ y tomé una de las mejores decisiones de mi vida: dejar de quejarme y comenzar a actuar. Conocí una terapeuta ocupacional, esposa de una persona no vidente, quien me abrió la cabeza contándome todas las cosas que podían hacer los ciegos y lo bien que la pasaban. Fue ella quien me enseñó a usar el bastón blanco que venía rechazando por vergüenza. Cuando salí a la calle y me di cuenta que podía moverme por mi propia cuenta fue fabuloso. En ese momento asumí la discapacidad y mi vida cambió para bien”, añadió con entusiasmo. Salió a correr, a nadar, a remar, a andar en bicicleta de dos asientos, a aprender teatro, a tocar instrumentos de percusión, a bailar, catar vinos y perfumes, a hacer masajes, a narrar historias y unas cuantas actividades más. “Lejos de lo que creía, había un mundo de oportunidades para los personas no videntes. Ahí empecé mi vida de deportista”, repasó, al tiempo que contó que siempre corre con acompañado de un guía, con quien se ata una soga. Martín lo hace en el brazo izquierdo, el guía en el derecho y bracean a la par. Además, el acompañante avisa de los obstáculos que pudieran aparecer en el camino. “Es como un GPS”, dijo en chiste. En septiembre de 2010 corrió su primera carrera. Todas, según su explicación, cuentan con distintas categorías: hombres, mujeres, sillas de rueda y no videntes. “En la primera salí tercero en una competencia de tres. Pero lo importante fue que me dieron una copa, porque cuando volví a mi casa y mi hijo la vio, dio alaridos de alegría. Eso me impulsó a entrenarme seriamente para que Toto tuviera un padre campeón”, prosiguió. Comenzó a correr en un grupo de running que le enseñó a vivir ese deporte como una filosofía de vida. Así fue como empezaron a llegar las maratones de 10, 21 y 42 kilómetros, las que empezaron a ser objetivos tangibles. Realizables. “Cada vez que volvía con un trofeo con mi hijo teníamos la misma ceremonia: festejábamos como si hubiéramos ganado la final del mundo”, describió. Se animó a realizar el Raid de Los Andes, una prueba en la que durante tres días se atraviesan montañas en Salta y Jujuy, aunque no estaba apta para ningún tipo de discapacidad. Lo hizo junto con dos amigos que lo acompañaron y fueron sus guías. “Me anoté en la general como si fuera uno más”, subrayó, al tiempo que resaltó que “el secreto siempre está en la mente. Si uno piensa que no va a poder, seguro que no va a poder. En cambio, si uno confía en un mismo, con actitud, determinación y perseverancia, les aseguro que van a poder lograr mucho más de lo que creen”. También había empezado a remar y en 2012 fue convocado a la Selección Argentina de remo adaptado para personas con discapacidad. Integró un bote con dos chicos amputados y una chica con un clavo. Se clasificaron para el Sudamericano de Valparaíso, Chile. “Compartir esos días con chicos con otras discapacidades fue altamente enriquecedor y gratificante”, siguió contando. Ese año también se realizó la carrera de Cartoon Network donde un adulto corre junto a un niño. El se inscribió junto a su hijo, quien fue su guía, y juntos consiguieron su primera medalla. Los premios y las distinciones continuaron. “Me di cuenta que con los desafíos y objetivos que me iba poniendo transmitía mensajes positivos en la gente sin proponérmelo y eso me estimulaba a ir por más”, afirmó, antes de explicar que esa motivación le sirvió para animarse incursionar en el triatlón, para dar charlas motivacionales y también para competir junto a otros deportistas con discapacidades. “Nada de lo que hice lo hubiera logrado sin la ayuda de otros. No sólo con su presencia física sino con su apoyo incondicional. Me hicieron creer que podía. Por eso desde el año pasado comencé con la experiencia de correr aliado con otras personas discapacitadas. La idea era integrar capacidades y dar el ejemplo de mostrar que se puede con hechos y no con palabras. Corrí en mayo una maratón en Pilar junto con Ari Fernández, un chico de 17 años con parálisis cerebral. Fue la primera vez que una persona no vidente corrió llevando a un atleta asistido (que corría en una silla de ruedas). Tenía al lado mío a mi guía que me iba diciendo, sino no hubiera llegado muy lejos. También corrí dos veces con Ramiro Cattani, un chico de 15 años que tiene síndrome de down”, expresó Martín. Afortunadamente, las historias, las anécdotas, los logros y los premios, tanto como las alegrías, se multiplicaron en su discurso y en su vida. Por esos objetivos alcanzados, desde Zona de Sentidos nos animamos a preguntarle por el papel de la familia en todo esto. ¿Cuál considera que debería ser el rol de la familia para no sobreproteger a su ser querido, ni tampoco menospreciarlo sobre lo que puede llegar a desarrollar? Conozco muchos chicos a los que, quizás, sus familias prefieren tenerlos sentaditos, bien peinaditos, con su comida en frente y no se dan cuenta de que los están privando de crecer. La sobreprotección no es buena. La persona estará sana, pero le están cortando las alas. Obviamente que por intentar todo lo que hice me tropecé más de una vez, pero puedo asegurar que uno va a ser mucho más feliz haciendo cosas, aún sabiendo que puede haber algún trago amargo, antes que directamente no hacer nada.

GRACIAS!!!…, por tu ejemplo…, que estimula a la parte positiva de cada uno de nosotros!!!…, GRACIAS!!… Martín
Excelente resumen de la charla dictada por Martin en Macabi! ojalá sirva para que muchos otras personas con alguna discapacidad se animen a ir por mas!