El actual confinamiento me recordó lo placentero que es salir a pasear y pero también me vinieron muchos momentos a mi cabeza sobre las dificultades que tenemos que sortear para disfrutar de una salida y disfrutar de ella.
En cualquier idioma el símbolo de la rampa denota fácil acceso o al menos una ciudad que promete circulación amigable. Pero a veces la arquitectura no alcanza, son otras las barreras que hacen que el afuera sea hostil y que existan situaciones que nos empinan las rampas.
La casa es un ambiente conocido, confortable: los pisos no tienen escalones, el ángulo de giro para entrar en la habitación lo tengo incorporado en el cuerpo, las miradas son de amor, el volumen del sonido ambiente y la temperatura son regulables, y siempre habrá comida rica y con la textura adecuada para poder tragar sin dificultad.
En cambio y más allá de la pandemia, salir de casa y disfrutar de un paseo con mi hija requiere de una silla de ruedas liviana, de gran esfuerzo físico para sortear pozos, voluntad férrea para encontrar lugar en un bar, cine o teatro y, principalmente, una gran cuota de paciencia para no volver enojada con el mundo entero.
Las primeras salidas terminaban en estrés garantizado, mi exceso de energía positiva no contagiaba a la gente para que pongan un poco de buena voluntad. “El vinito primero” me dijo un señor sonriente que cargaba cajas de vino en el auto que tapaba la rampa, mientras la enfermera, Sofía y yo esperábamos que lo corra para poder cruzar la calle.
Ya para las salidas del siguiente año, aprendí. No me enojo más, dejo en evidencia a quienes no respetan e intento disfrutar del paseo sin perder la alegría. Pero por sobre todo, sostener activa la pulsión de salir.
El modelo social de la discapacidad sostiene que las causas que originan la discapacidad no son individuales, sino que son básicamente sociales. Es decir, las limitaciones son de la sociedad para prestar servicios apropiados, para convivir, para respetar derechos de todos los integrantes de la sociedad.
Mi manera de militar por la igualdad de derechos, no es quedándome en la comodidad de mi casa acondicionada para la discapacidad de mi hija, sino saliendo y bancando las miradas de compasión o las veredas maltrechas.
Quizás de ese modo contribuya a que las rampas no aumenten mas y mas su pendiente, y nos impidan disfrutar de la vida como sí pueden hacerlo el resto de las personas.
Seguro que tenes experiencias vivida, las queres compartir con los demás ?
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Daniela Briñon
Directora de Zona de Sentidos
Definitivamente las autoridades tienes que ponerle más atención a los casos, para cuidarlos y protegerlos también.